¿Qué vemos cuando nos miramos en el espejo? Hace años que trabajo en moda, diecisiete (me cuesta hasta escribirlo, son muchos), toda mi vida estuve rodeada de telas, máquinas de coser, agujas de todo tipo (de coser, de tejer, de máquina), pero no fue hasta que entré en el maravilloso mundo del diseño que entendí lo que realmente significan la moda y la imagen personal para mí.
Para poder escrbir esto, me tengo que remontar a los primeros años de mi vida. Estos últimos meses vengo trabajando más fuerte en mi autoconocimiento y, para eso, a veces hay que ir demasiado para adentro, profundo, o demasiado para atrás y entender por qué hacemos lo que hacemos hoy.
No quiero que esta historia que estoy por contarte me ponga en un lugar de víctima o de “pobre Ana”, más bien todo lo contrario, me encantaría inspirar a otras (u otros, por qué no) que se vean reflejadas. Desde que me acuero me gustan las cosas que no le gustan a nadie, para mí nunca fue un problema, que a cada uno le guste lo que le gusta y punto. Crecí en los 90, dónde la hegemonía era ley, no significa que ahora no lo sea, pero sí vemos muchos otros ejemplos de belleza y en ese momento no pasaba. Quiero describirte a la pequeña Ana Paula: Durante toda mi formación escolar fuí la primera de la fila (salvo por unos meses en segundo grado), siempre fuí muy blanca, por ende, como soy ojerosa, las ojeras siempre se vieron de color violeta… Siempre fuí de contextura pequeña, pero en tercer grado me salió una panza que me acomplejaba un poco. Como respiraba por la boca, me pasó que cuando cambié los dientes de leche todo se empezó a complicar por ahí, pues me había deformado el paladar por ese motivo. Eso derivó en aparatos fijos, ya que los movibles no hacían efecto. A pesar de todo esto, que no parece nada demasiado extremo, auqne claramente no entraba en los cánones de la época, siempre fui una nena muy segura, nunca tuve miedo de hablar adelante de las personas ni exponer lo que pensaba, todas mis referentes eran mayores que yo y estaba un poco criada entre grandes, sumado a que leía mucho (casi sin parar), tenía un muy buen vocabulario para mi edad. Todo esto, junto, hizo que me empezaran a tomar de punto en el colegio, críticas como “enana”, “fea”, “te hacés la canchera” y, la peor de todas “parecés un muerto” (en referencia a las ojeras en contraste con la blancura de mi piel), empezaron a hacer que ya no hable tanto en general, a que no diga todo lo que pensaba y a que me empiece a sentir una persona fea. Si muchos lo estaban diciendo, a pesar de lo que yo pensaba y me decía la gente que me quería, debería ser cierto. Mientras crecía esto se profundizaba, me acuerdo de encerrarme a llorar en el baño en los recreos, pero adelante de esas personas yo me mantenía fuerte, no mostraba vulnerabilidad. En la adolescencia llegó el autoconcepto, el gusto por vestirme, por cambiar, por jugar a ser mi hermana y mis primas que eran todas hermosas y elegantes… Siempre que salía a la tarde y me maquillaba, me lo iba sacanodo por el camino antes de llegar a destino “porque seguro me iban a decir algo”, cuando me ponía ropa diferente la usaba con mucha inseguridad, por el mismo motivo, recuerdo unos lentes de sol color rosa, con un corazón de strass que amaba y que quería usar todo el tiempo, pero al llegar con ellos, siempre había un comentario horrible, entonces me los sacaba una cuadra antes. Inernamente resistía y trataba de sobreponerme a esos comentarios, pero no podía o no quería enfrentarlos.
Afortunadamente, la época escolar se terminó a los 17 y al año siguiente me sentí un poco más libre, podía ponerme lo que quería, nadie tenía nada malo para decirme, más bien todo lo contrario, pero no fue hasta el 2005, que empecé a estudiar diseño que me sentí realmente libre. En ese momento, mi guardarropa se convirtió en una explosión de colores (previamente había pasado por la oscura etapa del negro, porque eso hace que nunca destaques del todo, más bien te confundís con la masa), cuanto más color, mejor, cuanto accesorio diferente encontraba, ahí estaba yo, lista para usarlo. Al poco tiempo llegaron los sombreros y se convirtieron en parte de mi personaliad, el azul Francia fue un enorme aliado identitario durante un largo tiempo y llevaba con orgullo una botas de ese color con medias de lunares, complementado con negro, ahí si que no me volvía parte de la masa. Aprendí a devolver las miradas de los pasajeros del 532 (colectivo marplatense) y reirme por dentro. Había encontrado mi estilo, había encontrado mi voz personal y estaba segura de mí.
Fueron muchos años de búsqueda silenciosa e inconsciente, muchos años de dolor y (no voy a negarlo) todavía me cuestan mis ojeras y algunas características de mi cuerpo, pero ahora las quiero, las acepto y, entiendo, que hay cosas que no estoy dispuesta a hacer para cambiar, entonces no tiene mucho sentido poner el foco ahí. En un momento tuve la oportunidad de estudiar Asesoramiento de Imagen y eso me cambió la vida, ¿por qué? Porque pude conocerme más, porque aprendí a desactivar esas cosas que me hacían ruido de mi propia imagen y porque obtuve las herramientas para ayudar a otras. Fue hermoso y enormemente revelador. Siempre supe que esos años de formación escolar no habían sido en vano y que las personas con las que me crucé podían convertirse en algo más que bullies, podían ser quiénes me muestren un nuevo camino, quienes me orienten a cambiar lo que no quería para mí, nunca más.
Hoy por hoy soy completamente consciente que no le va a gustar a todo el mundo lo que hago, lo que digo, como hablo, mi cara, mi cuerpo, lo que me pongo o lo que sea, pero también entendí que eso está bien. Lo que sí aprendí, es que nunca más, voy a permitirle a alguien que me haga sentir o no validada, porque la validación viene de adentro hacia afuera, porque sentirse bien viene de adentro hacia afuera… Y si yo estoy bien conmigo, nadie puede romper eso. Siempre escucho, me nutro y observo todo lo que tienen para decirme, si las cosas son dichas con amor, siempre las recibo y me cuestiono, pero no permito que me agredan o que me invaliden de esa forma.
El camino del autoconocimiento es interminable y, como una nerd de la vida que soy, me alegra, porque amo estudiar, explorar y hacer descubrimientos cada día. Siempre pienso en que ojalá algo de lo que hago, aunque sea poquito o chiquitito, invite a otras a hacer lo mismo. Y si sos adolescente y llegaste hasta acá por casualidad, mi consejo es que pidas ayuda, que hables con tu familia, con tus amigas más cercanas, que explores posibilidades para sentirte mejor con vos porque, te cuento un secreto, esas personas que están haciendo que te sientas mal, tienen las mismas inseguridades que vos, los mismos dolores que vos, sólo que lo canalizan de otra forma, una horrible.
Si llegaste hasta acá, gracias por leer ♥ Hace días que estaba necesitando compartir esto, porque puede contarte un poco más de quién soy y por qué hago lo que hago. Como siempre, te invito a que me dejes tu comentario más abajo y me cuentes si te sentiste así alguna vez, si te estás sintiendo así ahora o si estuviste del otro lado. La imagen que nos devuelve el espejo es la imagen que tenemos de nosotras mismas y, si miramos más adentro, vamos a encontrar una belleza inagotable.
Te mando un abrazo a la distancia.
Ana Paula